La historia en breve - Ciro Gómez Leyva/
La ignorancia de Jorge G. Castañeda

PUBLICO/ Sep 19, 2001


El gobierno no logra ponerse de acuerdo sobre cuántos mexicanos desaparecieron en Nueva York. Pero el canciller ya sentenció. Sin pruebas, algo imperdonable para un académico. Sin respeto por la fe ajena, algo imperdonable para un diplomático



La Arquidiócesis de Nueva York aceptó en 1997 pagar el sueldo de dos jesuitas mexicanos que habían llegado a trabajar un año antes con migrantes de Puebla, Hidalgo, Tlaxcala. Migrantes que, como muchos otros millones de eres humanos, querían formar parte de esa ciudad, y más específicamente, de esa isla de edificios asombrosos y calles estrechas: Manhattan. De ese conglomerado fantástico que, según el novelista Tom Wolfe, desempeñó en el siglo XX la función de la antigua Roma, la ciudad de la ambición, el destino irresistible de todos cuantos estaban empeñados en vivir "en el lugar en donde ocurría todo".

El cobijo de la Arquidiócesis y un tenaz ejercicio de organización permitieron que el 12 de diciembre de aquel 1997 naciera la Asociación Tepeyac de Nueva York, encabezada hasta la fecha por el jesuita fundador Joel Magallán. Su objetivo cabe en una frase: proteger y promover los derechos de los migrantes mexicanos en aquella ciudad. Hoy, la Asociación dice contar con 40 comités que funcionan en cinco condados de Nueva York, y que se concentran en tareas de apoyo y asesoría en asuntos migratorios, de empleo, salud, ahorro y envío de dinero. Hoy, también, la Asociación Tepeyac le está dando una lección de decoro y eficacia al gobierno mexicano. En particular, al mal informado secretario de Relaciones Exteriores, JorgeG. Castañeda.

Mientras Castañeda subía a la tribuna del Senado para decir que hay "centenares de mexicanos que sin duda fallecieron" en los acontecimientos de Nueva York, la Asociación Tepeyac salía a buscar a esos mexicanos, uno por uno. Para Tepeyac ellos no eran cifras. Ni retórica para ganar una batalla legislativa. Eran seres humanos. Historias de vida. Y todavía no los llama muertos: "Hasta que no se pruebe lo contrario, son desaparecidos". Cultura general. Diplomacia elemental. Porque diplomacia no es sólo el conocimiento de los intereses y las relaciones de unas naciones con otras. Diplomacia es también cortesía e interés. Respeto, habilidad, sagacidad. Sagaz: avesado, astuto, prudente.

La Asociación Tepeyac pregunta el nombre, la edad, el estado, el pueblo donde nacieron los desaparecidos. El nombre de la persona que los está buscando y otros datos para establecer un contacto. Pregunta en qué lugar trabajaban, cuáles eran las señas particulares y qué tipo de identificación portaban sus desaparecidos.

Al mediodía de ayer, 31 mexicanos conformaban la lista de la Asociación Tepeyac (consultable en http://www.tepeyac.org) . Sólo en dos casos no estaba registrado el apellido: el de Humberto, 40 años, poblano, y el
de Patricio, 25 años, del DF. Ambos trabajarían en el Akbars Café. Hay mexicanos de Guerrero y Veracruz. De los pisos 97, 102, 106 y 107 de la Torre 1 del World Trade Center. De San Luis Potosí, Morelos y el estado de México. Hay uno que trabajaba en una ferretería de la zona. Otro en una pescadería. Uno más, un guerrerense, aparece como
delivery boy. Y un poblano que se ganaba la vida en una agencia de limusinas. Hay de Michoacán y Aguascalientes. Está también Antonio Javier Álvarez, de Ahuatempa, Puebla, cuya historia, y la de sus familiares que lo buscan, ha ganado excepcionales minutos en CNN y la televisión mexicana. No parece haber compatriotas de corbata y portafolios.

El gobierno mexicano, de cualquier forma, no valida la información de Tepeyac. El consulado en Nueva York dice que es una lista incompleta, poco confiable. ¿Cuántos desaparecidos hay entonces según el gobierno? Depende. Para el consulado eran 19 hasta las primeras horas de ayer. El jefe de la oficina presidencial de atención a los migrantes, Juan Hernández, es sincero: "La verdad es que no tenemos ni idea." Pero Jorge G. Castañeda, basado en quién sabe qué datos, ya sentenció: son centenares de muertos, sin duda. Y lo dice con una expresión que pareciera estar pidiendo pasar a cosas más importantes. Total, qué es un greaser muerto. Tiene razón el periodista Miguel Bonasso: los muertos, y más si son nuestros muertos, no tienen buena imagen, no son modernos; no hay nada más antiguo que un muerto, aunque haga una milésima de segundo que se murió. "Le hemos dado seguimiento a muchos otros casos, pero sólo tenemos información veraz sobre las personas que están en la lista", dice por teléfono Joel Magallán. "Los nombres que hemos puesto en la página web están muy checados. Quisiéramos cotejar la información con la del consulado, pero ellos no dan a conocer los nombres de los desaparecidos."


–¿Llegarán a ser cientos, quizá miles, Joel?
–No lo sé –marca una pausa, larga–. Cuando se anuncie que habrá ayuda para los familiares de las víctimas, sin que se ponga como condición el estatus migratorio, aparecerán más nombres. Será un momento difícil. Los familiares tendrán que traer pruebas: cepillos de dientes, cabellos para hacer la prueba del ADN.
–¿Cientos?
-Viene una semana muy interesante. Estamos llamando a una reunión para el jueves, invitando a todos los que tuvieron una víctima. Sí creo que hay muchos más. Los tendremos que registrar uno por uno. Calculamos que lo máximo a lo que podríamos llegar sería a unos 500 mexicanos. Pero mientras tanto, todavía no se puede declarar a ningún desaparecido como fallecido.

Quizá algún día las cifras oficiales terminen dándole la razón a Jorge G. Castañeda. Quizá sean cientos los mexicanos muertos el 11 de septiembre. Ojalá Castañeda esté equivocado. Hoy, por lo pronto, parece haber elementos para pensar que sus tristes palabras en la tribuna carecieron de rigor, algo imperdonable para un académico: falto de ciencia, de lecturas, de noticias. Y que carecieron del mínimo respeto por el dolor y la fe de "centenares de mexicanos", algo imperdonable para un diplomático. Ignorancia y arrogancia. El canciller del cambio.