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Por
María León.
Tucson (Arizona), 19 may (EFE).- Adornado con cruces y
veladoras, el altar del "tiradito" se ha convertido en el símbolo del dolor
y sufrimiento que diariamente se vive en la frontera. El lugar está ubicado
en el corazón del barrio histórico de Tucson, Arizona, donde se
establecieron los primeros pobladores de la zona, en su mayoría mexicanos.
Allí se reúnen los activistas todos los jueves para rezar por los
indocumentados que han muerto en la frontera en busca de una vida mejor.
El jueves pasado, la Coalición de los Derechos Humanos de
Arizona, Fronteras Humanas y otras organizaciones defensoras de los
indocumentados se dieron cita para celebrar la vigilia número 100. El acto
fue dedicado en especial a los 14 mexicanos que murieron hace un año en el
desierto de Yuma, Arizona, después de caminar por mas de cinco días bajo
altas temperaturas. El evento también fue dedicado a la memoria de
Ezequiel Hernández, un joven pastor de 18 años de edad, quien murió el 20 de
mayo de 1997 por disparos soldados de Estados Unidos en su pueblo natal de
Redford, Texas.
Isabel García, abogada de inmigración y directora de la
Coalición, dijo que hoy más que nunca se debe de poner un fin a la
militarización de la frontera. La defensora de los inmigrantes dijo que está
sumamente preocupada debido a la ola antiinmigrante que se vive en Estados
Unidos. "Los ataques terroristas del pasado 11 de septiembre se han
convertido en un pretexto para perseguir a los indocumentados", señaló. En
los últimos tres años han muerto 1.200 indocumentados en la frontera entre
Estados Unidos y México, de los cuales un 40 por ciento perecieron en
Arizona, que se ha convertido en la parte más peligrosa de la frontera.
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